lunes, 6 de mayo de 2013

Chronicae Gemaniae 10




Desde el país de la confusión (I)


Con el título no quiero decir que Alemania sea un país caótico en el que nadie entiende nada. Imposible sostener eso respecto a un lugar en donde los paraderos tienen publicados los horarios de los buses y éstos pasan cuando les corresponde. Aunque el caos y lo incomprensible sí surgen cuando se habla del nuevo aeropuerto de Berlín (BER) o se espera el tren por horas cuando nieva. Es ahí cuando lo “prusiano” se desvanece y el Transantiago se asoma en el “primer mundo”.

Alemania, con sus normas para todo y carteles que te avisan de cada detalle, no es un país confuso, pero sí lo es para quienes llegamos a él. Podría comenzar hablando del idioma, que es lo más evidente para todos. “La vida es muy corta para aprender alemán”, leí una vez. Pero el idioma, por sí solo, nos daría para escribir páginas y páginas. Algo haremos más adelante al respecto. Por ahora, me gustaría señalar sólo algunas cosas sobre lo confuso que es estar en Alemania, en especial, recorrer sus calles.

Cordillera de los Andes en Satiago de Chile (Sierra de Ramón) en invierno.

Todo chileno se siente perdido cuando sale del país. “¿Dónde está la cordillera?” Nos preguntamos, a veces en paisajes en los que lo único que se levanta en el horizonte son árboles o edificios. Sabemos que no está, pero la deseamos. Todo sería infinitamente más fácil con ella indicando el camino del sol. Chile es un país con mucha costa. Pero sin las montañas, estamos perdidos. En Potsdam, donde vivo, el cerro más grande (hablemos de cerros, porque montaña es algo impensado por acá) es el Brauhausberg (“montaña” de la cervecería), que tiene 88 metros de altura. Un poco más allá, en Berlín, el más alto es el Teufelsberg (“montaña” del diablo), con 115 metros, pero es un cerro artificial que se formó con los desechos de la II Guerra Mundial. Como Berlín Occidental no podía sacar sus escombros fuera de su espacio al estar rodeado por territorio comunista, pusieron en un solo lugar, casi a las afueras, cerca de Potsdam, todo lo que quedó de la destrucción de la ciudad, el cemento de los edificios, el polvo de los palacios, los fierros de lo que alguna vez fueron casas, los tanques rotos por alguna bomba, vehículos que antes trajeron la muerte y ahora eran llevados a reposar sobre el cadáver descuartizado del Berlín que murió con la guerra y que ahora renacería con dos cabezas y dos cuerpos, dividido por el muro. Tantos fueron los escombros, que se formó un cerro. El más alto de la ciudad. Y ya que estaba ahí, los norteamericanos pusieron, en su cumbre, un centro de espionaje.

Brauhausberg, Potsdam.


Estos dos cerros, por sí solos no son lo mismo que la Cordillera de los Andes. Ese macizo de roca que en Santiago pasa los 3.200 metros (Sierra de Ramón) y un poco más allá llega a los 6.000. El sol no sale por estos cerros alemanes en la mañana, ni se iluminan con los últimos fuegos de la tarde. Quizás los chilenos del sur alemán tengan a los Alpes. Pero, sin duda, no es lo mismo. Al poco viajar, ya se han ido de nuestra vista. Parecen un sueño, como el Palacio de Neueschwanstein de Ludwig II, el rey loco de Baviera.

Palacio de Neuschwanstein (Baviera)
Para mí, Berlín ha sido un lugar en el que en más de algún momento anduve bastante perdido. Cuando llegué con Nidia en julio de 2010, una de las primeras cosas que hicimos fue visitar esta histórica ciudad. Iba preparado con mapas, pues ya había tenido momentos de confusión geográfica ahí mismo unos años antes. La idea era ir desde el Palacio de Bellevue, pasar por la Siegesäule, caminar por el Tiergarten y llegar al famoso Brandenburger Tor, todo en una mágica y casi recta línea. ¿Pero de qué sirve un mapa si no se sabe hacia dónde está el norte? Pese a toda la planificación, en algún momento, veíamos la Siegesäule, pero no sabíamos si íbamos hacia el Brandenburger Tor o nos alejábamos de él. Después nos dimos cuenta que habíamos ido en sentido contrario por un par de cuadras. Y ahí las cuadras son largas. Nos devolvimos bajo el sol del verano alemán, que es lo más cerca que he estado del trópico, y nos metimos al Tiergarten, esperando que el camino equivocado haya sido el de antes y no el que tomábamos en ese momento. De todos modos, uno descubre cosas cuando se pierde. Algo que hasta hace poco se ocultaba detrás de nuestras seguridades. Ese día, al doblar por un sendero del Tiergarten, encontramos un sector de nudismo en pleno centro de Berlín. Fue entonces quedescubrimos la Frei KörperKultur (cultura del cuerpo libre) en Alemania. Cansados por el sol y por haber caminado unos cuantos cientos de metros más, llegamos por fin al Brandenburger Tor, satisfechos de haberle doblado la mano a la confusión y encontrar un lugar desconocido hasta entonces para nosotros.



Numeración de las casas en Santiago. Acá NO hay 226 casas entre una esquina y otra de la cuadra.


Pero estar perdido en Berlín es algo que ya me había pasado antes, como les contaba un poco más arriba. La primera vez que estuve en esta ciudad, después de un tour por el centro histórico arriba de un bus y protegidos por los guías turísticos de cualquier eventualidad, nos devolvimos con una amiga en metro hacia el lado oriental, donde quedaba el hostal en que nos quedábamos con el grupo de estudiantes extranjeros entre los que nos encontrábamos. Y cuando nos bajamos no teníamos idea si había que “subir” o “bajar”. Sin duda estábamos en la calle correcta, pero no en el camino correcto. Fuimos y volvimos por varias cuadras. Como ya era oscuro no había caso con ver “por dónde se escondía el sol”, como me ensañó mi profesora de educación básica. Le preguntamos a un caballero hacia dónde “subía” la calle. Él nos respondió con un acento muy berlinés, por lo que nos quedamos más con lo que le entendimos que con lo que nos quiso decir. Entre ensayo y error, después de casi una hora de intentar saber dónde íbamos, encontramos la “lógica” detrás de los números de la calle. Porque a diferencia de Chile, en donde los dos lados de la calle van aumentando o bajando de numeración a medida que se le recorre, puede pasar en Alemania, que mientras se camina por un lado de la calle buscando una numeración mayor, al otro lado los números bajen. Y para cuando uno se da cuenta de ese efecto mágico y circular, quizás uno tenga que devolverse varias cuadras. Porque eso es lo otro. En Santiago, por lo menos, una cuadra, aunque tenga cuatro casas, suele tener unos 100 números repartidos. Es decir, puede ir del 1200 al 1300, por dar un ejemplo, siendo la primera casa el “1200”, la segunda, el “1254”, la tercera el “1386” y la cuarta el “1300”. Nunca he sabido a qué se refiere exactamente cada unidad, pero la cosa es que es así y a eso estamos acostumbrados. Sin embargo, en Alemania cada casa tiene un número consecutivo. Si la primera que se ve dice “42”, la siguiente será “43” y así. Es decir, que si aplicáramos la numeración chilena, un alemán se imaginaría que en una cuadra que va del 1200 al 1300, hay cien casas en total. Y en el caso de un chileno en Alemania, esta diferencia de perspectiva en un comienzo de mi estadía me hizo caminar mucho más de lo que pensaba. Mucho más.




Fotografías: (c) René Olivares Jara, excepto la imagen del Palacio de Neuschwanstein.

No hay comentarios: